12 de octubre de 2010

El mundo de los dioses

Los primeros mitos brotan, pues, de la proyección imaginativa que el hombre hace de las funciones máximas de la vida: nacimiento, amor y muerte; maternidad y paternidad; virginidad. Y sintetizan todo lo que el hombre, mediante la inteligencia y el sentimiento, consiguió conquistar, frente a una vida que no solicitó, a una muerte que lo amedrenta, a deseos que lo dominan y a una naturaleza cuyos fenómenos (sol, lluvia, viento, cataclismos, enfermedades) lo asombran o lo aniquilan.
La mujer que engendra se torna figuración de la madre universal, y la misma divinidad, por analogía de función, pasa a presidir los nacimientos de la naturaleza toda, y es venerada como genitora y consoladora, como Madre Inmortal. Será Gaia, la Tierra y, posteriormente, Deméter. De Modo semejante, la función de padre será asumida por Urano, después por Cronos y, finalmente, por Zeus, consagrado como padre de los dioses y de los hombres. Las demás relaciones, directas e indirectas, con la existencia y con el mundo, toman la figura de otros dioses y semidioses que habitan el Olimpo, la superficie de la tierra o sus entrañas, figuras de lo más variadas que se van condensando como reflejos de los deseos, necesidades, hechos históricos, situaciones sociales y económicas. Ellas son la expresión profunda de los aspectos básicos de la condición humana en sí y de las dimensiones que ésta asume en el ambiente y en el tiempo.
Los dioses, por esto, comparten con los hombres alegrías, odios y otros sentimientos. Zeus, a pesar de su majestuosa paternidad, tiene aventuras amorosas, aunque éstas encierren, por lo general, alguna enseñanza. Hermes, el mensajero de los dioses, es simulador y abusivo. Ares, el protector de las ciudades, es brutal y estimula matanzas. Afrodita, diosa del amor que todo vivifica y de la belleza que todo lo sublima, es infiel a su pareja, Hefesto, dios del fuego. A Eros, que el mito primordial identifica con la fuerza ordenadora del Caos, se opone Eris, la Discordia, que todo disgrega. Y, para conservar la belleza y la juventud perennes, los dioses inmortales también se tienen que alimentar: de néctar y ambrosía.
Al madurar en Grecia las artes plásticas (siglos VIII-VII a.C.), esas figuras elementales que hasta entonces fluctuaban en la imaginación de todos y en el canto de los aedos, comenzaron a encontrar una interpretación realista. Tan fuerte, sin embargo, era el símbolo que las vivificaba, que la imagen artística, materializada en el mármol o en la pintura, no eliminó lo sobrenatural; por el contrario, lo perpetuó.
Esta fijación artística del mito no significó, sin embargo, su estancamiento. Mientras la civilización griega pasaba por transformaciones radicales, también el mito se modificaba, en respuesta a las nuevas condiciones económicas y psico-sociales. Se explica, así, cómo un mismo mito -o un mismo dios- haya adquirido, a lo largo del tiempo, una multiplicidad de significados y atribuciones. Así también nacieron o fueron importadas otras leyendas, que vinieron a combinarse con los mitos primitivos, volviendo todavía más complejo y más rico el mundo mitológico de los griegos.
Se nota, por ejemplo, que los dioses que aparecen en los grandes poemas de Homero (siglo IX a. C.), Ilíada y Odisea, ya no son exactamente los mismos de las tradiciones anteriores. Están más directamente interesados en las cuestiones humanas, y gustan de intervenir en las vicisitudes de los mortales. Así también sucede en Hesíodo (siglo VIII a.C.) autor de la Teogonía (y también del tratado Los Trabajos y los Días): cuando presenta la genealogía de los dioses griegos, se nota la tendencia a introducir un cierto orden en la confusa familia de las divinidades, usando un criterio que mucho refleja las condiciones económicas y sociales de la Grecia agraria de su época. En condiciones ya distintas, en los siglos VI y V a. C., cuando filósofos y dramaturgos manejan el material mítico, dioses y héroes deponen el halo de que los rodeaba el mito primitivo.

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