12 de octubre de 2010

Mito y religión

“Vivir el mito” implica una experiencia religiosa. Sin embargo, en el caso específico de los griegos, es necesario aclarar que el mito no se identifica totalmente con la religión, aunque las afinidades y encuentros sean íntimos y frecuentes. La religión presupone, hoy y por lo general, un cuerpo de doctrinas, de reglas, de creencias y prácticas autorizadas o impuestas y aceptadas por todo un grupo de manera casi uniforme. Todo ello, inclusive, ha sido “revelado” por el Ente Superior y codificado en un Libro Sagrado, que sirve de orientación para la conducta humana frente al Poder extraterreno o sobrehumano de que se depende.
La religión establece, por consiguiente, un vínculo individual y social con el Poder concebido como trascendente. El mito griego, por el contrario, no liga al hombre a la divinidad en forma de crear entre los dos una relación necesariamente doctrinaria y normativa. El sacrilegio que el hombre puede cometer contra un dios -por ejemplo, sustrayendo un objeto destinado a su culto-, no es un acto diferente, por su naturaleza, de un hurto practicado en casa de una persona humana. Es una ofensa a la justicia, que regula los deberes para con los otros, una acción inmoral, y, por supuesto, es importante el poder del ofendido, pero no constituye desobediencia a un mandamiento de la divinidad.
Frente a esto no existe, para el griego, el sentimiento de contrición, el tormento interior por el cual se invoca al dios para implorarle el perdón de la falta irreparable. El hombre griego conoce, eso sí, el arrepentimiento y el deseo de enmendarse y reparar el daño, mejorándose de esa manera.
“Vivir el mito” implica, por lo tanto, ese tipo de experiencia: conocerse a sí mismo, como estaba escrito en el frontón del templo de Apolo en Delfos. Experiencia que debe ser entendida más en el sentido naturalista que propiamente como experiencia religiosa. El hombre sigue su naturaleza; en ella encuentra la fuerza para modelar su vida.
Cabe recordar que es la vida, con toda su variedad y multiplicidad, la que toma forma en el mundo de los dioses helenos. Cuando el filósofo Tales (640?-547? a.C.) dijo que “todo está lleno de dioses”, no entendió referirse a entidades abstractas y distantes que, en un momento determinado, hubieran resuelto crear, organizar y dirigir el mundo. Quiso significar la fuerza maravillosa de la naturaleza, que da forma a todo con miras a un fin. En último análisis, el dáimon.
Quien toma primero en Grecia ese principio “demónico” (y no demoníaco, pues nada tiene que ver con el Demonio de las religiones actuales), no es la religión, sino el mito. Entre los griegos es aquélla la que proviene de éste. Por ese motivo, en la Hélade nunca hubo un Libro Sagrado, como entre los judíos, los hindúes, etc. El mito no deja de expresar profundas ansiedades religiosas, aspiraciones morales, necesidades de perfeccionamiento espiritual, pero no llega, sin embargo, a fijar un esquema de leyes, a prometer premios a los buenos y castigos a los malos, sobre bases normativas y constantes.
¿En qué consiste, entonces, el mundo divino de los hele nos? -pregunta el helenista Max Pohlenz-. Y responde: “Es el mundo en su contenido esencial, la totalidad de las fuerzas que en él operan; es la vida contemplada en una multiplicidad de figuras excelsas e inmortales”.
Apolo, por ejemplo, no es sólo el dios de la luz (“Fóibos"), de la belleza armoniosa, de la profecía, sino además el “Boedromios” (el socorredor), el “Aguyéus” (patrono de las calles y caminos), el “Delfinios” (favorable a la navegación y al comercio marítimo), el “Nomios” (protector de los pastores), el “Smintheus” (destructor de ratas), el “Tharguelios” (que hace madurar los frutos). La religión griega permanece ligada al mundo de los seres naturales y de las relaciones directas entre lo cotidiano y lo divino.
Excavaciones arqueológicas y profundos estudios filológicos nos informan hoy día que gran parte de los dioses superiores de la mitología griega no son autóctonos, sino importados de otros pueblos. Pero, sin embargo, esos dioses adquirieron los caracteres específicos y originales de la inteligencia especulativa de los griegos, tornándose inconfundiblemente helenos.
Cuando los romanos entraron en contacto más íntimo con la civilización griega (siglo III a. C.) asumieron ese espíritu de la religión helena, y grecizaron sus dioses a tal punto que no es fácil distinguir de los habitantes del Olimpo a los protectores de la Urbs, Roma. Júpiter se identificó con Zeus, y así también Venus con Afrodita, Marte con Ares, Neptuno con Poseidón, Ceres con Deméter, Juno con Hera, Vulcano con Hefesto, Mercurio con Hermes, etc. Pocos fueron los aspectos latinos que permanecieron en ellos. Por esta, razón se puede emplear el nombre latino para indicar una correspondiente divinidad griega, aun cuando la simbología no haya sido, en origen, idéntica.

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