19 de octubre de 2010

En el Caos está el origen de todas las cosas

“En el principio, era el Caos”, cuenta el poeta Hesíodo. Era el espacio abierto, la pura extensión ilimitada, el abismo.
Súbitamente, del Caos surgió la primera realidad sólida: Gaia o Gea, la Tierra (Tellus). Fue ella quien dio un sentido y un orden al Caos, al limitarlo, e instaló en él el suelo, escenario de la vida.
Después vino la Noche, la tiniebla profunda. Y debajo de la Tierra se constituyó el Erebo o Érebos (el crepúsculo), morada de las sombras.
Quedaba todavía, sobre Gaia, un espacio vacío. Para llenarlo, ella “creó un ser igual a sí misma, capaz de cubrirla por entero”. Por sí misma creó a Urano, el Cielo estrellado.
En soledad originó también a las Montañas y a Ponto, el Mar inquieto y profundo.
Como la Tierra -es decir, sin unirse a fuerza alguna-, la Noche engendró el Éter -luz que iluminaría a los dioses en las más altas regiones de la atmósfera- y el Día, claridad de los mortales que, en el espacio, se alterna con su madre para no cansarla.
Por ese entonces rondaba en el Caos el poderoso Eros, el Amor Universal. A partir de entonces ninguna fuerza podría engendrar nada sola.
Movida por Eros, Gaia se unió a Urano, su primogénito, engendrando con él muchos y muchos hijos. Una raza violenta pobló la Tierra y la animó con nuevas formas de vida.
(El escenario del mundo está listo. Los personajes se preparan para vivir su drama).

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