12 de octubre de 2010

Los dioses en las artes

En los poemas homéricos, el concepto de la belleza se vincula con lo resplandeciente, lo brillante, lo vivaz, lo claro, lo blanco, lo dorado, lo rojo, lo rosado. Hay la belleza de lo que es elevado: de las nubes, del cielo, de las montañas, de las aguas enfurecidas del mar, y, en el plano espiritual, de lo sublime, de lo digno, de lo noble. Hay la belleza de lo numeroso, de lo grande, de lo ancho, de lo profundo. Hay la belleza de lo juvenil, de lo delicado, de lo floreciente, de lo gracioso y, por contraste, de lo fuerte, de lo inquietante, de lo inexorable.
La civilización de los tiempos de Homero ama la belleza plástica de los palacios, de las armas y de los barcos, y pone en evidencia la belleza del canto, de la danza y de la música -preludio del gran teatro griego de los siglos sucesivos-.
Todo está ligado a las manifestaciones del mundo que está en derredor del hombre, de donde le llegan a éste los efectos de las fuerzas que en él operan. Es fácil ver que el concepto de la belleza está envuelto en el misterio, tanto como la luz, los colores, las dimensiones de las cosas, las proporciones de los objetos, las cualidades visibles y audibles. La belleza es tan divina como los dioses, y por eso es representada por muchos de ellos bajo todos sus diferentes aspectos. “Tan fascinante”, se dirá, “como el nacimiento de Venus de la espuma del mar; tan atrayente como la Aurora que es perseguida por el Día de la misma manera que Apolo persigue a Dafne; tan terrible como Júpiter cuando lanza sus rayos; tan delicada como Diana cuando anda por los bosques al resplandor de la Luna; tan fecunda como Ceres, la diosa de las mieses...”.
Si el mito, pues, fue el esfuerzo del hombre por captar la naturaleza y llegó, así, a crear a los dioses, la belleza es, para los griegos, la síntesis de la armonía, de la medida, del orden de esa misma naturaleza, que los dioses -más fuertes e inmortales- poseen en grados y condiciones diferentes. A los hombres les resta el imitar lo natural para alcanzar lo bello, dejando que los dioses les enseñen los medios para hacerlo. Un poeta que canta es inspirado por Apolo y las Musas, porque según dice Homero en la Ilíada “gracias a las Musas y a Apolo es que hay cantores y músicos en la Tierra".
El concepto de arte, para los griegos, se fundió en la imitación de la naturaleza y permaneció así, aun cuando el mito y los dioses pasaron a ser objeto de análisis filosóficos, no siempre devotos, como los de los sofistas (siglo V a.C.), o material del drama trágico o cómico, no siempre reverente, como las tragedias de Eurípides (485?-406 a.C.) y las comedias de Aristófanes (448-388? a. C.). Platón (427?-347?) y Aristóteles (384?-322 a.C.), los filósofos griegos mayores, a pesar de haber dado cada cual un matiz diferente al sentido del término, insisten en que el arte es mímesis (imitación). Y por muchos siglos este concepto orientó principios estéticos y técnicas artísticas.
Las primeras obras que conocemos de la gran escultura griega (siglos IX-VIII a.C.) son estatuas que representan a dioses con los atributos que el mito les confería. Vasos ornamentales o de uso cotidiano, hechos de arcilla cocida, son embellecidos con escenas mitológicas. Utensilios do­mésticos y objetos de uso personal están, decorados en la misma forma. La literatura griega se alimenta casi exclusivamente de mitos. Y sin el mito no existiría el teatro de Esquilo (525-456 a.C.), Sófocles (496?-406? a.C.), Eurípides, Aristófanes y Menandro (342-293 a. C.).
Lamentablemente, la música de los griegos no es conocida más que por referencias indirectas. Sin embargo, uno de los mitos mayores, el de Orfeo, está centralizado precisamente en este arte que poetas, filósofos y escritores han concordado en juzgar el más divino entre todos. Orfeo sería el inventor del canto y de varios instrumentos musicales, con los que atraía no sólo a los hombres, sino hasta a los animales y plantas.
El acervo de la civilización occidental sería bastante menos rico y expresivo sin la mitología griega, puesto que es de los griegos de quienes tomó sus fundamentos y el néctar que la rejuvenece constantemente. Penetrar en la mitología helénica es, por lo tanto, remontarse a los orígenes de nuestra vida intelectual, sea expresados en el arte, sea reflejados en el pensamiento filosófico, sea sublimados en la admiración de lo bello, o a través de lo trágico, lo cómico y lo lírico. O, aún, cuando nos reiteramos las preguntas ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿quiénes somos? la respuesta tal vez sería: todavía estamos ante un espacio abierto, ante un Caos, que espera organización definitiva.

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