12 de octubre de 2010

Los dones de Júpiter, padre de los dioses: protección, disciplina, justicia

Con relación al lugar de nacimiento de Zeus (Júpiter) existen dos tradiciones distintas: la más corriente se refiere a la isla de Creta, citando específicamente, como cuna del dios, ya el monte Ida, ya el Aegeón, ya el Dicte. La otra, sustentada por el poeta Calímaco (IV siglo a.C.), sitúa la cuna del dios en la Arcadia. Ambas, sin embargo, concuerdan en que la educación de Zeus se realizó en Creta, bajo los cuidados de las Ninfas y los Curetes, jóvenes sacerdotes de Rea (Cibeles).
Al crecer, Zeus destronó a Cronos (Saturno), y venció, junto con sus hermanos y con los Cíclopes, a los otros Titanes y a los Gigantes. Con esa triple victoria se afirmó su poder como señor absoluto del mundo y cerró el ciclo de las divinidades tenebrosas, de las fuerzas desordenadas que, como Cronos -el Tiempo- todo lo corrompen y destruyen. Para los filósofos, su triunfo simboliza la victoria del Orden y la Razón sobre los instintos y las pasiones.
En las leyendas más antiguas, Zeus es descrito como el más joven de los Cronidas -hijos de Cronos- a quien en el reparto del mundo cupo el dominio del cielo y responsabilidad de los fenómenos atmosféricos.
Es él quien “abre a los hombres el camino de la razón” y les enseña que el verdadero conocimiento sólo es obtenido mediante el dolor. Pero no asiste impasible a los sufrimientos humanos; al contrario, se compadece y hasta sufre por ellos. Sólo que no se deja llevar por las emociones, pues es la imagen de la justicia y de la razón. Sabe que no puede intervenir en las decisiones personales: cada cual debe vivir solo la propia experiencia. Se limita a premiar los esfuerzos sinceros y a castigar las impiedades.
Por todos esos atributos, Homero (siglo IX a.C.) lo llama el “padre de los dioses y de los hombres”. El término padre, sin embargo, no se refiere a una relación puramente genética y afectiva. Corresponde, en su origen al padre de familia que provee el sustento, asegura la protección y ejerce la autoridad sobre sus dependientes.
Con la expansión social y económica de los griegos, las estirpes se agruparon en aldeas (demos), y después en ciudades-estados. La autoridad de cada núcleo familiar continuaba siendo ejercida por el padre, mas a éste impone la soberanía del rey, jefe común a todos. Tal como el padre, el rey establece la disciplina entre los súbditos: manda y es obedecido.
Ambos sentidos de “padre” se conjugan en Zeus. Como rey, manda a los dioses y a los hombres, y constituye un modelo para los jefes helenos. Como afirma Aristóteles (384?-322 a.C.): “La unión de un padre con su hijo tiene la apariencia de la realeza. Por eso Hornero llama padre a Zeus. Es que la realeza quiere ser un poder paternal”. Y como jefe de familia, el dios aumenta cada vez más su prole, dilatando así su patrio poder. Más importante que ser fiel a Hera (Juno), su esposa y hermana, es ejercer la paternidad, ya sea por medio de diosas, ya sea gracias mujeres mortales. Todas las regiones y las ciudades más importantes de Grecia se vanagloriaban de tener como patrono o como fundador a un hijo de Zeus. Sus uniones son interpretadas de diferentes maneras. La leyenda de Dánae, a quien él sedujo bajo la forma de una lluvia de oro, fue considerada por algunos estudiosos como el símbolo de la fecundación de la tierra por los rayos solares; Eurípides (480?-406 a.C.), sin embargo, encara el episodio como una imagen del poder de la riqueza, que vence todas las resistencias. El rapto de Europa, por otra parte, recibió una interpretación histórica uniforme: la doncella fenicia llevada a Creta, constituiría una transposición mítica del fenómeno real de las migraciones que, partiendo de Asia, se establecieron en la isla. Además de padre y jefe, Zeus asumió otras funciones y diversos epítetos: era invocado como Zeus Ktesios por sus devotos para pedirle la riqueza; como Zeus Herkeios para que protegiera las casas y las ciudades; como Zeus Xenios por los extranjeros, los desterrados, los mendigos y los afligidos. Era este Zeus el que desaprobaba a los implacables, los despiadados, los poco hospitalarios. En esa atribución, Homero lo alaba en la Odisea: “De Zeus poderoso vienen los mendigos y los extranjeros: aún pequeñas, gratas le son las dádivas. Ahora, criadas, dad al huésped alimento y bebida, e id a bañarlo en el río, en lugar protegido de los vientos”.


DE GRECIA A ROMA, EL CULTO DEL DIOS

La imagen más difundida de Zeus fue esculpida por Fidias (500?-432? a.C.). Era una estatua de 13 metros de altura, que le fuera encomendada al artista para adornar el santuario del dios situado en Olimpia. En ella, Zeus aparece sentado en un trono de ébano, bronce, marfil y oro. El rostro, sereno y majestuoso, está enmarcado por densa barba rizada. Con la mano derecha sujeta a la Victoria; con la izquierda, el cetro rematado por el águila. Viste un manto de oro bordado de flores.
El Zeus de Fidias constituyó el tipo ideal en el que se inspiraron artistas posteriores, que lo retrataron generalmente como hombre maduro, robusto, majestuoso y grave.
El dios por excelencia, el altísimo, era adorado generalmente en las cimas de las montañas. El Ida en Creta, el Parnes y el Himeto en Ática, el Helicón en Beocia, el Pelion en Tesalia, el Pangeos en Tracia, el Liceo en Arcadia y otros, eran montes que albergaban templos erigidos en honor a Zeus. Su más antiguo santuario, sin embargo, estaba en Dodona (Epiro), donde existía un célebre oráculo del dios.
Llevados por viajeros, mercaderes y colonos, o por la simple difusión de población en población, los dioses olímpicos llegaron a Roma antes que ésta iniciase la conquista del mundo mediterráneo. De modo general, allí se identificaron con divinidades locales que correspondían, aproximadamente, a sus atribuciones primitivas. Así también Zeus -figura de dios padre existente en todas las mitologías indoeuropeas- se identificó en Roma con Júpiter Capitolino. Este Júpiter del Capitolio debe haberse originado en el Júpiter Lacial, divinidad más antigua, cuyo santuario se encontraba en la cima del monte Cavo. .
En Roma, Júpiter era la divinidad protectora de los cónsules y los césares, que le dirigían preces cuando asumían el poder. Su sacerdote personal era el flamen dialis.

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