12 de octubre de 2010

Mito: verdad y fantasía

La mitología helénica es una de las concepciones más geniales que la humanidad ha producido. Los griegos, con su fantasía, poblaron el cielo y la tierra, los mares y el mundo subterráneo de divinidades principales y secundarias. Amantes del orden, instauraron una categoría intermedia precisa para los semidioses y héroes. Grandes observadores, crearon nuevos nombres para los diferentes fenómenos de la realidad natural. La mitología griega se presenta como una transposición de la vida en zonas ideales. Superando el tiempo, se conserva todavía fresca con toda su serenidad, equilibrio y alegría. Pródigamente, ha alimentando la literatura y las artes a través de los siglos. La cultura occidental le debe mucho de su espíritu y su sentido, sino del propio hecho de existir. Los griegos no fueron nunca grandes políticos ni crearon militarmente imperio durable alguno. Hasta se admite que su espíritu crítico haya contribuido a su fragmentación política en un puñado de pequeños estados. Pero ese espíritu crítico los llevó a la observación de la vida, el mundo y el hombre, para preguntarse: ¿cuál es el origen de los seres? La respuesta que obtuvieron no apuntaba a la Nada, ni a un Dios creador, sino a un espacio abierto, que llamaban Caos, materia informe a la espera de ser organizada. No podían llegar a la Nada, porque para los griegos la Nada era impensable. Hasta su matemática ignora el cero. “De lo no existente ninguna cosa puede nacer, y ninguna cosa puede desaparecer en el no ser absoluto", dice el filósofo Empédocles (495? - 435? a. C.). No llegaron a la idea de un Dios creador absoluto, pues percibían que todo lo que existía, aunque se evidenciaba regido por una fuerza vital única, presentaba varias formas, diferentes maneras de ser, múltiples funciones, grados infinitos. Por consiguiente, concibieron el Caos, algo ya existente, masa tosca y carente de estructura, donde fuerzas intrínsecas y latentes podrían -si organizadas-- producir y perpetuar la vida. Su ordenación no es obra de un dios exterior al mundo. Al contrario, los propios dioses nacen, de alguna manera, de esa materia. Pues es la Tierra -condensación de la materia- que, en amoroso abrazo con el Cielo, da origen a las divinidades primordiales. El hombre también nació así. Por eso, el poeta Píndaro (518-446 a. C.) canta: “Igual es el género de los hombres al de los dioses, pues todos recibimos la vida de la misma madre; sólo una fuerza completamente diferente distingue a los dioses". La fuerza que ordenó el Caos dejó en las entrañas de la Tierra una multiplicidad de poderes generadores, que engendraron todas las formas existentes en la superficie terrestre: seres vegetales y animales, trayendo cada cual entro de sí su propio dáimon (espíritu, fuerza). La “vida y sus manifestaciones son obra de un dáimon, que ellas guardan como elemento responsable de su manera de ser. Aquí se encuentran las raíces del mito, como tentativa de penetrar, por medio de la imaginación, en lo que no se explica de otra manera: el misterio de la existencia.

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