12 de octubre de 2010

Carencia y abundancia engendran al Amor

El Olimpo está de fiesta. Los inmortales celebran regocijadamente el nacimiento de Afrodita (Venus), la bella diosa del amor. En las copas de oro corre abundante el néctar, para estimular la expansión de la despreocupada alegría. Los dioses ríen.
Terminado el festín, surge una figura andrajosa y escuálida. Penía, la Miseria o Indulgencia, viene a mendigar los restos del banquete. Pero, antes de iniciar movimiento alguno en dirección a la mesa, vislumbra la figura de Poros, el Recurso, dios de la Abundancia, hijo de la Prudencia (Previsión).
Lo ve de lejos cuando, embriagado por el exceso de néctar, se aleja de los inmortales y penetra en el jardín de Zeus (Júpiter). Allí el joven se acuesta y pronto cae en pesado sueño.
Indigencia, que está siempre a la búsqueda de medios o recursos para poder sobrevivir, toma en ese instante una resolución: tener un hijo de Poros. Y con esa intención se dirige también al jardín. Silenciosamente, se acuesta junto al Recurso. Lo abraza, lo despierta y concibe el hijo deseado: Eros, el Amor.
Engendrado el día del nacimiento de Afrodita, el hijo de Penía será para siempre el compañero y paje de la Belleza. Y para siempre será también ambivalente. Porque de su madre hereda la permanente carencia y el destino andariego. Y de su padre le vienen el coraje, la decisión y la energía que lo hacen astuto cazador. Ávido de lo Bello y lo Bueno, de las dos herencias reunidas proviene su destino singular: ni mortal ni inmortal. Ora germina y vive -cuando enriquece-. Ora muere y de nuevo renace. Perennemente transita entre la vida, la muerte y la resurrección.
Marcado por la carencia que le transmite Penía, no es sabio. Pero se esfuerza por conocer. Por amor a la Sabiduría, Eras filosofa.

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