19 de octubre de 2010

Las misteriosas divinidades primordiales, fuerzas ordenadoras del universo


El mito cosmogónico es una tentativa de explicar el origen del universo, de las cosas y de los seres animados. Tanto Homero (siglo IX a.C.) como Hesíodo (siglo VIII a.C.), los órficos (siglo VI a.C.), y los demás poetas y filósofos de la Antigüedad trataron de encontrar, ante ese inmenso misterio, el principio del universo: surgieron así mitos, es decir, historias simbólicas y explicativas, y teorías racionales.
El Caos, materia informe, existente desde siempre, fue considerado por los antiguos principio de todo, fundamento del mundo. Inicialmente Hesíodo lo describió como un espacio abierto, una extensión pura: más tarde el Caos fue concebido como el “donde” primordial en el que preexistían todos los elementos del universo, aunque latentes y desorganizados.
Qué había antes del Caos, para engendrado o crearlo, nadie se lo preguntaba. Había existido siempre. La sustancia productora del universo no era un ser inteligente y personal que existe eternamente, y que creó el mundo de la nada, por su sola voluntad, sino una “materia prima” en la que se “recortaron” todos los seres individuales dioses, hombres, animales, plantas y minerales. Una ve organizado, el Caos se llamó el Cosmos (el mundo).
Era primordial de la realidad, anterior al surgimiento de los seres particulares, el Caos escapa a la aprehensión exacta por el lenguaje humano. Es inefable, revestido de misterio, y sólo puede ser aludido a través de metáforas que no lo aprisionan por completo: apenas lo sugieren.
Considerado como matriz del universo, era necesario atribuir al Caos el germen de las oposiciones que manifiesta el mundo: los contrastes de la permanente tensión entre luz y sombra, unidad y pluralidad, vida y muerte, espíritu y materia, etc., “pares opuestos” que marcarán la producción artística y filosófica de los griegos.
Otro aspecto de la dualidad fundamental aparece en la oposición entre Orden y Desorden. Los Titanes, fuerzas tempestuosas de la naturaleza, y la primera generación olímpica gobernada por Zeus (Júpiter), entablan una guerra que dura diez años -período simbólico-, al final de la cual los dioses vencedores establecen una nueva jerarquía de poder. Su victoria representa la afirmación del Orden sobre el Desorden.
Bajo la influencia de ideas filosóficas posteriores, se ve en ese mito la intención de mostrar a las divinidades olímpicas como espirituales, y la constitución de los Titanes y de las demás divinidades primordiales como básicamente material. Así, Urano (Cielo; Caelus), Cronos (El Tiempo; Saturno) y Gaia (la Tierra; Tellus) serían la “materialidad” destronada por Zeus, la “espiritualidad”.
Todas las formas habrían emergido del misterioso Caos. Gaia, la madre-Tierra, puede ser considerada la primera “aparición” de la materia. Por sí sola engendra a Urano, movida por la necesidad de tener un compañero. Eros, su contemporáneo en el Caos, principio espiritual del Amor, hace que Gaia se una a su primogénito. Fecundada por éste, Gaia da a luz a los Titanes, los Cíclopes (monstruos de un solo ojo) y los Hecatónquiros (gigantes de cien brazos y cincuenta cabezas). Éstos son la personificación de las fuerzas de la naturaleza material que siempre oponen dificultades y obstáculos al surgimiento definitivo de las formas ordenadas y constantes de la vida. Corresponden la primera etapa de la gestación evolutiva. Representan los cataclismos que transformaron la faz del mundo, preparándolo para recibir las diversas especies de los tres reinos naturales y al ser humano.
Urano, padre y hermano de esas fuerzas, se rebela contra ellas y atrae a Cíclopes, Titanes y Hecatónquiros al, Tártaro, una de las regiones del Erebo subterráneo. Pero Gaia, madre-materia, se rebela a su vez y libera a sus hijos. (Ella es la naturaleza, y como tal no impide –más bien alienta- que los fenómenos naturales sigan su curso).
La leyenda cosmogónica de Hesíodo muestra a Cronos, el Tiempo, indomable hijo de Gaia y Urano, rebelado contra su padre por este incesante fecundar a su madre. Otra razón de su rebelión es, justamente, la devastación que la Tierra sufre con la violencia de sus otros hijos, los Hecatónquiros y los Cíclopes. .
Para que Gaia no continúe engendrando infinitamente, Cronos corta los genitales de su padre. Su instrumento es una guadaña que la propia Tierra había afilado con ese objeto. La guadaña es el símbolo de la muerte. Pero quien muere no es Urano (él es inmortal): es su reino, que deja lugar al de Cronos, inclinándose a la implacable necesidad de evolución.
Al caer sobre la tierra, la sangre de Urano la fecunda una vez más, engendrando a las Erinias (símbolos de la culpa de Cronos), los Gigantes y las Melíadas, Ninfas de los árboles. Al caer en el mar, los genitales del dios forman, con el semen expelido antes de la castración, una blanca espuma, de la cual nace Afrodita (Venus).
Cronos significa el Tiempo: el hambre devoradora de vida, el deseo insaciable de evolución. Juntamente con Rea (Cibeles), su esposa y hermana, establece un reinado que se asemeja a la era preconsciente de la humanidad. En ese período, el Tiempo es todavía ciego. La vida no se comprende a sí misma, parece más bien un simple hervidero de elementos confusos que una real evolución.
Ininterrumpidamente nacen y mueren seres, sin orden alguno. (Cronos devora a sus hijos). Zeus ordenará definitivamente el universo. Él es el principio divino de la espiritualidad, el nuevo orden que surgirá con la generación de los Olímpicos. Destronando a su propio padre, Zeus establecerá la base de las relaciones entre todos los seres.
Ni monstruosos, ni gigantescos, ni ciegos como los primeros hijos de Gaia, los Olímpicos corresponden, tal vez, míticamente, al Homo sapiens en la evolución de las especies. O sea: un ser consciente, parlante y bípedo.


LAS FUERZAS PRIMERAS EN EL CULTO Y EN EL ARTE

Las divinidades primordiales forman parte únicamente de la mitología, y no de la religión. Tienen una importancia sólo cosmogónica, y como tal, no actúan como elementos protectores o vengativos en lo que respecta a los hombres. Por eso, casi no se les rinde culto. Gaia y Eros son la excepción. En Tespias existía un culto a Eros, en que el dios era representado por una piedra en bruto, y venerado simplemente como elemento fecundante.
Gaia también era honrada como símbolo universal de la fecundidad y como profetisa. Dicen que el oráculo de Delfos, antes de pertenecer a Apolo, perteneció a Gaia. En su primera atribución la alaba Homero: “Yo cantaré a la Tierra, Madre de todas las cosas. Inalterable antepasada del mundo. Origen de todo lo que se arrastra sobre el suelo, nada en mar, vuela en el aire. De ti, augusta diosa, nacen las bellas criaturas y los hermosos frutos, pues tú les das y les retiras la subsistencia a tu voluntad. De la riqueza que esparces, de la abundancia de tu corazón, toma el hombre todas las cosas: la cosecha que llena los campos, y el ganado robusto que allí prospera...”
En Patras se consideraba que Gaia era capaz de curar todas las dolencias. Pero pronto pierde sus características de divinidad primordial, mezclándose con las otras diosas olímpicas. Dejando de ser el sólido principio generador de todas las cosas, surgido del Caos y unido a Urano, se confundió con Afrodita (Venus), Hera (Juno) u otras diosas.
Existen pocas representaciones artísticas de las divinidades primordiales. Gaia es representada normalmente como una mujer gigantesca de formas pronunciadas.
También las luchas entre los dioses y los Gigantes constituyeron temas de vasos, relieves y esculturas antiguas. En esas obras, los Gigantes generalmente asumen apariencia humana, siendo apenas mayores y más salvajes que los hombres comunes.

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