
Todo en derredor del Caos y el Éter existía la Noche, que abrazaba al gran espacio como una sólida cáscara, y le confería el aspecto de un gigantesco huevo.
En ese huevo nació Fanés, la luz, que se unió a la Noche y en ella engendró al Cielo, la Tierra y a Zeus (Júpiter).
Contaban los órficos también que la Noche no formaba una cáscara, sino que era un ave negra de enormes alas. Y que, fecundada por el viento, puso un huevo de plata en el seno de la oscuridad original, entre el Cielo que estaba arriba y la Tierra que yacía abajo.
Del huevo salió Eros, el Amor Universal, el Protógonos (“el primer nacido”).
A Eros no le gustaba vivir escondido en las tinieblas. Por eso, bajo la luz de Fanés, quien permanecía en el huevo de plata, el Amor empezó a levantar los velos que cubrían a la naturaleza, uniendo al Cielo y la Tierra en un abrazo violento y apasionado del cual nació todo lo que faltaba por nacer.
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